En el fútbol no basta con correr, con marcar, con planear tácticamente un partido. Todo ese esfuerzo se va al piso cuando lo que define el resultado no es la pelota, sino un pito mal soplado. Eso es lo que denunció Rafael Dudamel tras el empate del Pereira en Tunja, y lo hizo con la claridad que muchos callan: en el fútbol colombiano pasan “cosas extrañas” demasiado seguido como para seguir hablando de casualidades.
Dudamel no habló de victimizarse. No lloró. Señaló con nombre propio al VAR, recordó antecedentes en la misma cancha y dejó una reflexión que duele: “esto no es un partido entre Boyacá Chicó y Pereira, esto es la imagen del fútbol colombiano”. Y tiene razón. Cada error arbitral sin consecuencias disciplinares, cada polémica que se barre debajo de la mesa, va sepultando la credibilidad del campeonato.
Lo más grave es que no se trata solo de una jugada. Es la constante. Dudamel interpela al periodismo: “No lo maquillen, denúncienlo”. Y ese llamado debería retumbar en todas las redacciones y cabinas de radio. Porque mientras dirigentes y árbitros miran hacia otro lado, el hincha es el que siente que el campeonato está manchado, manipulado y desprestigiado.
El Pereira jugó bien, resistió en la altura, mostró orden e integridad. Pero eso quedó en segundo plano por un penal sancionado en la última jugada. ¿De qué sirve el esfuerzo de 90 minutos si la competencia no se juega bajo reglas claras?
El golpe de opinión es directo: Dimayor y la Comisión Arbitral están hipotecando la confianza del aficionado. El fútbol colombiano no puede seguir rehén de decisiones sospechosas. O se recupera la transparencia con árbitros capacitados, evaluados y responsables, o este torneo seguirá siendo una caricatura donde los protagonistas hacen de todo en la cancha y el resultado igual se define en un escritorio.
El hincha merece respeto. Y respeto significa que el fútbol lo decidan los jugadores, no las sombras del arbitraje.
Por Tuto Carvajal